miércoles, 13 de mayo de 2009

Antonio Vega (Por Joaquín Pérez Azaústre)


Su voz era una voz resquebrajada, fumaba como el cielo estrangulado. Ha muerto Antonio Vega y en la radio ponen todo el rato La chica de ayer, que quizá no es la mejor canción de Antonio Vega pero sí el temperamento de una edad palpitante. Es imposible mirar por la ventana y no advertir la luz de humo gaseoso, como la mirada gutural que fue lanzando al fin en su última gira de conciertos con su grupo Nacha Pop. Eran los 80, y Madrid no había muerto todavía. Muchos años después, Luis Antonio de Villena escribió una novela sobre eso, con la dificultad que tiene la narración continua de una fiesta, titulada así, Madrid ha muerto. Sin embargo, quizá el libro asociado a aquellos años que más puede ajustarse a la biografía de Antonio Vega ha sido Marginados, un cuerpo de poemas que en realidad es el cuerpo después de la batalla de la fiesta, su desgaste interior, ese amanecer después de la gran noche en los 80.
Se puede morir de éxito. Antonio Vega comenzó a morir, en realidad, hace más tiempo, con la fragilidad apergaminada dibujando su rostro. No fue sólo La chica de ayer, sino que fue, también, El sitio de mi recreo y un Océano de sol, el que se le ha escapado entre las manos mientras iba afilando la mirada acústica. A partir de hoy, vamos a escuchar de otra manera Se dejaba llevar, y Trabajos forzados, y también Seda y hierro. A partir de ahora, vamos a escuchar Lucha de gigantes como revelación testamentaria, como una rebelión convertida en suave resistencia: porque, durante mucho tiempo, y a pesar de su juventud, y sobre después de la muerte brutal de Enrique Urquijo, parecía que el siguiente en la cuenta del éxito era el compositor Antonio Vega.
La chica de ayer no era su mejor canción, ni siquiera él lo creía, y seguramente tenía toda la razón. Sin embargo, nunca he podido evitar sentir un escalofrío cada vez que la oigo. Quizá porque, en el fondo, pienso que esta letra y esta melodía tocan territorios muy cercanos, aunque de distinta manera, a Anabell Lee, la extraordinaria adaptación que en el mismo tiempo hizo Radio Futura sobre el poema de Edgar Allan Poe. Sin embargo, todo lo que en la versión de Anabell Lee interpretada por Santiago Auserón es desgarro interior y fortaleza, enigma de la vida y de la muerte, en La chica de ayer es sutileza, es otoño sin hojas y es melancolía juvenil matizada por una exquisitez inasible y ligera. A pesar del dolor, Antonio Vega se resistía a morir, lucía una apariencia cadavérica, era un muerto viviente y sin embargo su voz delineaba las canciones capaces de erizarnos el latido, capaces de llevarnos de nuevo al paraíso como si de verdad pudiéramos volver.


Columna "La chica de Ayer", publicada hoy 13 de mayo de 2009 en "El Día de Córdoba" por Joaquín Pérez Azaústre.

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